VANCOUVER
Asomada al océano Pacífico en la costa oeste de Canadá, en las calles y barrios de Vancouver se respira la diversidad étnica y lingüística. Las voces que nos asaltan al pasear dan fe de ello. Chino e hindi por aquí, francés y alemán por allá, algo de italiano un poco más lejos, persa, panyabí, coreano… el inglés es la lengua que funciona como nexo de unión para todos ellos.
Es una urbe joven, de finales del siglo XIX, nacida sobre antiguos asentamientos aborígenes y alrededor de una taberna que daba cobijo, alimento y bebida a los trabajadores del aserradero Hasting Mili. Entonces le pusieron por nombre Gastown, el mismo que exhibe hoy su casco antiguo, donde es perceptible la huella de su pasado e historia, ligados al negocio forestal y la madera.
En la esquina de las calles Cambie y Water Street se erige el reloj de vapor de Gastown, que, a pesar de su vetusto aspecto, fue diseñado y construido en 1977 por el relojero canadiense Raymond Saunders. Su figura señala el lugar en el que se erigió aquella primitiva taberna y acostumbra a llamar la atención de los visitantes y paseantes con la melodía de los Cuartos de Wesminster.
Cada noche, el Skyline de Vancouver se viste de gala con millones de neones y refleja su imagen en las aguas del estrecho de Georgia. Los rascacielos del Downtown, el corazón económico, compiten entre ellos para llegar a lo más alto y las velas de Canadá Place simulan navegar vestidas de colores festivos. Con una población de 670.000 habitantes, 2,5 millones si consideramos el área metropolitana, esta ciudad presume de su excelente calidad de vida.
Downtown Vancouver:
En contraposición a la juventud de la urbe, los bosques milenarios y primarios, que dan forma a su cinturón exterior, destilan ancianidad. En el Pacific Spirit Regional Park, situado en las University Endowment Londs, la humedad propaga un aroma añoso; los verdes primigenios y los troncos oscuros solo se iluminan con el brillo de líquenes y musgos. Hay cientos de senderos silenciosos que se adentran en rincones intocados donde las ramas, retorcidas y cubiertas de un verde húmedo, cobijan nuestros pasos.
Pacific Spirit Regional Park:
Pero es al norte de la ciudad donde la naturaleza muestra su verdadero espíritu salvaje y puro. Con la intención de dejarse atrapar por él, los habitantes de Vancouver escapan por Lions Gate (70.000 vehículos cada día) hacia las altas montañas que dibujan un marco incomparable, a los parques y senderos de la siempre apetecible Bowen Island, o la cercana Deep Cove con sus bosques cargados de misterio.
Bowen Island, Lighthouse park & Cypress Falls Regional Park:
Y ante la humilde grandiosidad de la naturaleza, el ser humano mengua hasta casi desaparecer. Convertido en una minúscula mota de polvo, flota en el silencio majestuoso que impera cuando la niebla se desgarra en girones y roza con su humedad la superficie del Capilano Lake. La respiración se ralentiza, la mirada se abandona a su suerte y, ante este espectáculo, nos sentimos más que nunca parte integrante de la naturaleza.
Capilano River Regional Park & Lynn Canyon:
Deep Cove:
Las comunidades indígenas Tsleil-Waututh y Squamish eligieron para asentarse la pequeña bahía Deep Cove, a trece kilómetros al nordeste de Vancouver. Tal vez pensaron que las altas paredes que custodian al fiordo Indian Arm eran la protección adecuada; o consideraron que esos bosques cargados de magia que se extienden imparables por doquier eran, en realidad, el hogar sagrado de sus dioses. Sea como fuera, estos pueblos pescadores se instalaron en la que desde principios del siglo XX es zona de veraneo, aunque no por ello ha perdido ni un ápice de la tranquilidad que acogió a sus primeros moradores.
Saturados de indómita naturaleza y con el fresco verde aún enganchado en la mirada, regresamos al asfalto y nos deleitamos con las noches en el embarcadero Lonsdale Quay. En una ciudad en la que el mar y sus innumerables brazos copan protagonismo, son de necesidad obligada las conexiones mediante navegaciones serenas como la que, desde aquí, une el norte y el centro de Vancouver. Las gruesas nubes otorgan personalidad al atardecer mientras que las luces del mercado esbozan un aire festivo en el ambiente.
Vídeo resumen de actividades y paisajes en Vancouver:
BRITISH COLUMBIA
Montañas que se asoman a la costa, playas vírgenes, impresionantes abetales, lagos y cascadas… los ingredientes son los adecuados para agitar con el cuidado debido y dar cuerpo a cuatro parques nacionales y 140 reservas ecológicas. Poseedora de una diversidad paisajística enorme, no es de extrañar que la provincia de British Columbia ostente esas cifras. El artífice de dicho esplendor es el clima, una combinación conveniente de humedad, abundantes lluvias y temperaturas equilibradas que posibilitan el crecimiento de la vegetación. Fruto de ello son sus deliciosos bosques húmedos salpicados de alegres cascadas y lagos de una belleza absoluta. Un inmejorable ejemplo es Golden Ears, parque situado en el valle del río Fraser.
Pero esta es una de las caras de British Columbia, que, a causa de la gran cordillera que la divide de norte a sur, atesora valles interiores, como el de Okanagan, en los que las temperaturas cálidas conminan al paisaje a una aridez que impulsa el cultivo de la uva y el desarrollo de la viticultura.
ROCKY MOUNTAINS
¿Cómo puede la dura y áspera roca, trabajada sin prisa por el viento y el agua, por el hielo inclemente y vehemente, convertirse en un escenario tan hermoso en el que picos y aristas se contraponen a gargantas y cañones? ¿Cómo puede el agua, solo con su discurrir y presencia, componer paisajes en los que lagos y cascadas protagonizan coreografías extremas? Así ocurre en las Rockies, el sistema montañoso más largo de Norteamérica. Crestas de piedra arisca y saltos de agua en perfecta armonía con lagos cristalinos se suceden desde el sudoeste de los Estados Unidos al noroeste de Canadá, donde gana en espectacularidad de forma acusada. Este paisaje vivo, catalogado como patrimonio de la humanidad, está inmerso en un constante cambio a lo largo del año. La nieve se adueña de todos los rincones en invierno, no hay lago que no se congele ni bosque que no luzca un manto de silencio, mientras en la faz de las paredes de piedra, las oscuras cicatrices y grietas adquieren relieve enfrentadas al blanco impoluto. El verano saca los colores verdes a las praderas y los esmeraldas a los lagos, mientras la fauna campa a sus anchas.
Hay cuatro parques nacionales: Jasper, Banff, Yoho y Kootenay, unidos por la carretera lcefields Parkway, considerada, con merecido mérito, la carretera más bonita para circular en coche.
Jasper National Park:
Los plegamientos terrestres elevaron su figura y convirtieron a Mt. Robson en la montaña más alta de las Rocky Mountains (3.954 m), una poderosa y vertical suma de paredes, grietas, aristas y cordales. Su imponente imagen desde la Yelowhead Highway, la carretera de acceso a Jasper desde British Columbia, se asemeja en invierno a la faz sabia de un anciano experimentado. La nieve, juguetona y veleidosa, deja a la vista sus defectos, fallas y grietas; da fuerza a sus farallones y afila sus ángulos y líneas. Es una ensalada de texturas que las nubes amenazan con tragarse al tiempo que siembran dudas en el observador. ¿Qué pretenden esconder? ¿Qué oscuras intenciones las lleva a ocultar la cima?
Su nombre rebota una y otra vez en nuestra mente. ¿Qué temores inspiró en aquellos primeros franceses que se asomaron a sus aguas turbulentas para que lo bautizaran como lago Maligne? No hay duda de que su estampa, por la belleza y la extensión, nos produce escalofríos. Los glaciares reivindican su presencia junto a los altivos picos. En verano es territorio de osos grizzly y de ruidosos turistas, así que nos quedamos con el invierno, cuando el ímpetu del río se oculta bajo una gruesa capa de hielo y todo el lago se convierte en una inmensa superficie helada. Las montañas ganan en fiereza y los abetos no pierden la compostura mientras el viento helador corretea imparable y susurra antiguas historias. La soledad adquiere una presencia ineludible. Solo nos acompaña el crujir de la nieve bajo el peso liviano de cada paso que damos.
Galería Banff National Park:
Banff National Park:
El lago Peyto nos exige altitud para que tomemos las medidas (¡imposible!) a sus extensos, prácticamente inacabables, bosques; a las montañas que lo custodian y a los glaciares que le aportan las opacas y turbias aguas que devienen a un azul celeste. La grandiosidad natural no desaparece en invierno cuando el lago se camufla y casi desaparece bajo el manto blanco. Pero la magia llega durante las horas nocturnas cuando la Vía Láctea dibuja su arco de estrellas al tiempo que las nebulosas de la Rosette, de California y del Corazón, las Pléyades y la constelación de Orión titilan acunadas por tonos malvas, rojos y rosados.
La luz invernal, tenue y mortecina, la desnudez oscura de la roca, la negrura del bosque y el gris monótono del cielo ganan vida alrededor de esta muralla natural, Castle Mountain (2.766 m), una auténtica fortaleza que brilla investida por un halo no falto de algo de misterioso. Su figura abrupta, situada entre el Lake Louise y Banff, es el recuerdo del empuje que desde el interior de la Tierra conminó a los estratos inferiores de roca a salir a la superficie, expulsados de malas maneras y expuestos desde entonces al viento y el agua. Solo las vetas más duras han soportado el proceso erosivo, las que dan forma a esos pináculos rocosos inhiestos que se alzan altivos, como almenas defensivas.
Galería Banff National Park:
Yoho National Park:
¿Hay mejor manto que el de un cielo en el que la Vía Láctea flota etérea, tan cercana que pudiéramos pensar que es posible alzar la mano y rozar con la punta de los dedos su polvo de estrellas? Es el embrujo y la seducción de la noche invernal. El corazón late desbocado ante tamaña experiencia mientras el lago Emerald, oculto bajo una gruesa capa de nieve, palpita a la espera de que el deshielo le permita lucir ese azul esmeralda que le da nombre, resultado de las aguas que, cargadas de sedimentos, llegan desde el glaciar.
UN POCO DE HISTORIA
Lo que ahora conocemos como Canadá apenas tiene 150 años, aunque los paisajes que plasmados en esta entrada del blog tienen miles de años. En su memoria están las Primeras Naciones que los habitaron, esas cuyas tradiciones fueron erradicadas casi al completo cuando los europeos se apoderaron de las tierras canadienses. Tal vez con intención de enmendar pasados errores, el museo de Antropología (MOA) de la Universidad de British Columbia (UBC) fue construido en tierras tradicionales y ancestrales de las Primeras Naciones Musqueam. El objetivo es mostrar la esencia de la costa oeste de Canadá, con especial hincapié en el arte y la cultura indígena. El museo expone esculturas creadas por las Primeras Naciones, como este Raven and the First Men de la imagen. Creada en 1980 por Bill Reíd, quien pertenecía a la comunidad Haida, representa la creación desde el punto de vista de esta tribu. Así, el cuervo, embaucador, persuade y engatusa a las pequeñas criaturas para que salgan del cascarón; son los primeros Haida, los primeros humanos.
Nuestros viajes acostumbran a ser una evasión, una huida de nuestra rutina, pero hemos de recordar que, sobre todo, tienen el poder de enriquecernos si ahondamos y aprendemos de las costumbres e historia de las diferentes culturas de los lugares que visitamos. En el caso de Canadá, el legado cultural indígena es imprescindible e indeleble. En la entrada del museo encontramos una piedra con el siguiente mensaje grabado: “Acuérdate de tu aprendizaje. Bienvenido a las tierras nativas de la gente Musqueam. O como dirían ellos, xʷməθkʷəy̓əm.